Elecciones francesas. Sorpresas, sustos y esperanzas

09.05.2017

Artículo escrito con Toni Esteban para www.realitat.cat

El fascismo ha arañado las puertas del Elíseo por segunda vez desde la Liberación. La base electoral del FN ha crecido 6 millones de personas en 15 años. La llama incendiaria del FN, lejos de apagarse, busca nuevas fuentes de oxígeno a través de nuevos discursos e incluso, lo veremos pronto, de nuevas siglas que le liberen del lastre que le suponen las actuales.


La primera vez que el fascismo vuelve a amenazar la república desde el final de la Segunda Guerra Mundial ocurre en 2002. Las doctrinas neoliberales dominantes en la Europa de los años 80 y 90 habían hecho mella en Francia. El gobierno de izquierdas, liderado por Lionel Jospin e integrado por socialistas y comunistas, había compaginado conquistas como la semana de 35 horas con derrotas como la privatización parcial de Air France, autopistas, Crédit Lyonnais, France Télécom, Thomson y Aérospatiale, entre otros. Una hoja de servicios con manchas importantes para un Jospin que aspiraba a arrebatar el puesto al hasta entonces presidente de la República, el derechista y desprestigiado Jaques Chirac, poniendo así fin al periodo de “cohabitación”.

Y así fue. El periodo de cohabitación terminó, sólo que con la expulsión de la izquierda. El 21 de abril de 2002, el electorado de izquierdas se quedó en casa dejando a Jospin tercero en la primera vuelta de las presidenciales. Los franceses tenían que elegir ahora entre Chirac, con un largo historial de escándalos políticos y de corrupción, y el fascista Le Pen (padre). En ese momento, el cordón republicano se puso en marcha y todos los demás partidos hicieron un llamamiento al voto contra Le Pen. El barrage funcionó y Chirac obtuvo un 82% de votos. Para muchos, demasiado. Chirac aceleró sus políticas como si todos esos votos fueran suyos y muchos electores de izquierdas se prometieron que nunca más votarían a la derecha para frenar al Front National (FN).

Año 2012, fin del mandato Sarkozy. Diez años y dos presidenciales más tarde, las elecciones de 2012 llegan en un contexto de movilizaciones sociales al calor de la contestación contra las políticas austericidas de la crisis. Parecía, durante unas semanas, que se podía abrir una etapa de cambio en uno de los centros neurálgicos de Europa. Jean-Luc Mélenchon, ex-ministro del gobierno Jospin, había escindido el Partido Socialista (PS) para crear el Parti de Gauche (PG) y había formado una alianza con el Partido Comunista Francés (PCF), entre otros, para crear el Front de Gauche. Las encuestas auguraban unos excelentes resultados a Mélenchon, personaje carismático con una capacidad inusitada para llenar mítines. Sin embargo, Mélenchon acabó pinchando frente a un candidato socialista, François Hollande, que prometía ser el enemigo de la especulación financiera.

Prometer hasta meter. Hollande se ha caracterizado por dos cosas. Primero, por seguir esa afición tan tradicional de los jefes de estado (íbamos a decir “franceses”, pero luego nos hemos acordado del nuestro) al poliamor en versión unilateral. Segundo, por una serie de renuncias sin precedentes en el socialismo francés. Desde regalos financieros a la patronal a costa de las ayudas sociales (el llamado Pacto de Responsabilidad), hasta la contestada reforma laboral (ley El-Khomri), pasando por una humillante (especialmente en el imaginario francés) claudicación ante el dictado alemán desde el minuto cero.

Las políticas de Hollande y su destapado elitismo de clase han dado aún más oxígeno al FN, en pleno proceso de desdiabolización. «Hollande desprecia los “sin dientes”, el Front National los defiende», rezaba un comunicado lanzado por los fascistas ante el filtraje de unos patéticos comentarios de Hollande en la intimidad.

Primera vuelta: las sorpresas

Año 2017. Parecía tristemente claro, a meses de las elecciones, que la derecha republicana volvería al poder. Sin embargo, el panorama político francés deparaba aún algunas sorpresas.

Las primarias del PS y de Les Republicains (LR, la UMP de Sarkozy rebautizada) fueron un jarro de agua fría sobre Valls y Sarkozy, pesos pesados que se creían ya vencedores de sus plebiscitos internos de sus respectivos partidos. En su lugar, les toman el relevo Benoît Hamon, uno de los diputados ”contestatarios”  y más a la izquierda del PS; y François Fillon, primer ministro de Sarkozy y muy alineado políticamente a éste. En paralelo, Emmanuel Macron, flamante ex Ministro de Economía de Hollande, trabajaba su agenda de contactos para crear En Marche!, la plataforma que lo catapultará al Elíseo. Mélenchon, mientras tanto, con un ojo puesto en España, seguía intentado forzar un Podemos sin 15M, esta vez en torno a su persona, mediante la campaña de la France Insumise (FI) que contaría con un apoyo in extremis del PCF.

La segunda vuelta hubiera sido, con toda probabilidad, Fillon contra Le Pen, de no ser por que se destapa que Fillon lleva treinta años compaginando la moralina a los trabajadores con el robo dinero público (¿dónde habremos visto esto antes?). Así las cosas, la campaña se pone interesante. Pero no lo suficiente. Es entonces cuando el aparato del PS, quizás inspirado por su homólogo español, decide que el candidato que acaban de elegir en primarias abiertas a la ciudadanía es muy bolivariano. A ministros como Manuel Valls les gusta más la spin-off liberal de Emmanuel Macron. Incluso Robert Hue, ex-secretario general del PCF desertado a órbitas socialistas (¿dónde hemos visto esto antes?), declara su apoyo a Macron “como voto útil para frenar a Le Pen”.

En medio de este cabaret, la France Insoumise de Mélenchon, de la que no se esperaban récords, despega, alimentándose de los votos perdidos por el PS gracias, hay que decirlo, a una excelente campaña donde Mélenchon consigue controlar su ego y acentuar su imagen humanista. Desgraciadamente, Mélenchon se quedará a las puertas de la segunda vuelta, y Francia se verá de nuevo en un 21 de abril donde tendrá que elegir entre susto o muerte. Aún y así la candidatura de izquierdas gana en bastiones históricos de los comunistas como son los grandes puertos, el cinturón de París y Lyon, y zonas industriales y obreras, lugares donde Marine Le Pen queda incluso última. Pese lo acertado de la estrategia electoral de Mélenchon –de clase, patriótica y popular- , está queda fuera de juego por el apoyo que consigue Marine en las zonas deprimidas del norte y especialmente en el potente campo francés, muy molesto por las políticas de la Unión Europea.

Segunda vuelta: el susto

Dos semanas separan la primera de la segunda vuelta. Dos semanas donde en los puestos de trabajo, en los comedores de empresa, en los cafés y en los bares de Francia, el debate recurrente es si votar a Macron o abstenerse. En un primer momento, muchos se mantienen firmes a su promesa post 2002. Es la negación comprensible de quien ve amenazado un siglo de conquistas sociales que son el orgullo del país. Macron, como Hollande, forma parte de esa élite republicana con formación en el ENA (Ecole National d’Administration) y que abandera el pragmatismo y el poder como ideología, pudiendo acabar indistintamente en las filas del Partido Socialista o de Les Republicains en función de hacia dónde sople el viento en el año de su graduación. Pero a diferencia de Hollande, Macron es un liberal sin complejos muy apreciado por la patronal, que ya le ha expresado su apoyo.

Por otro lado, cada porcentaje de subida del FN amenaza con acompañarse de un incremento del racismo, actos de violencia contra extranjeros y un fortalecimiento de los grupos de extrema derecha por todo el país. La abstención o el voto en blanco son una victoria del FN, que pasa de ser percibido como un cuerpo extraño a mimetizarse en el panorama político republicano.

El domingo de la segunda vuelta no hay mucha sorpresa. Si los sondeos hablaban de un 40% de votos a Marine Le Pen, el resultado cristaliza en un 34%, casi once millones de votos. Menos de lo esperado, pero más de seis millones respecto a los cinco que obtuvo su padre contra Chirac en 2002.

La tesis de que el FN tiene un techo de cristal está cada vez más en cuestión. La subida del FN se alimenta de dos factores. Por un lado, la falta de respuestas ante la degradación de las condiciones de vida de las clases populares. Por otro, el proceso de desdiabolización del FN a través de un discurso alejado del de Jean Marie Le Pen y más cercano, por poner un ejemplo próximo, al corrosivo líder del PP y ex-alcalde de Badalona Xavier Garcia Albiol.

Esta normalización del FN ha calado incluso en la izquierda, como muestra la consulta interna entre los miembros de la France Insoumise. Dos tercios de los inscritos abogaron por el voto blanco o nulo. A diferencia de Mélenchon, que votó Macron pero no dio consigna de voto, el PCF ha llamado sin ambiguedades al cortar el paso al Front National. El FN en el poder es un misil contra las líneas de defensa de las clases populares. Un gobierno del FN significaría limitación de libertades sindicales, prohibición de huelgas, deportaciones masivas y destrucción de la separación de poderes entre otros. El fascismo es un cáncer cuyo objetivo es hacer metástasis en la República. No caben medias tintas ni equilibrios políticos. La lucha contra el fascismo es una bandera que la izquierda, por responsabilidad democrática y por la memoria de sus propios muertos, nunca puede dejar de portar. No hay dicotomía ni dilema alguno. El combate es contra el fascismo y contra las causas que lo generan.

Tercera vuelta: elecciones legislativas

El sistema político francés de la V República deja todavía una ventana de oportunidad a la izquierda. Las elecciones legislativas, que decidirán la composición de la Asamblea Nacional de aquí dos meses, pueden forzar una nueva “cohabitación” donde Macron se encuentre frente a un gobierno de unidad de izquierdas. Para ello, sin embargo, es imprescindible capitalizar el impulso de las presidenciales y que la izquierda no disperse candidaturas para evitar tener varias papeletas compitiendo entre sí en una misma circunscripción.

Macron es un líder sin partido y, por lo tanto, sin candidatos para presentar en las 577 circunscripciones electorales. Probablemente, deberá compaginar la consolidación de En Marche! con cooptaciones de miembros del PS y Les Républicains. Mientras escribimos este artículo, el ex primer ministro Manuel Valls ofrece, vía entrevista radiofónica, sus servicios a Macron.

En la izquierda (el PS de Hamon, la France Insoumise y el PCF) hay acuerdo sobre la necesidad de la unidad. Sin embargo, las negociaciones entre FI y PCF están preocupantemente tensas. Mélenchon, quiere que el PCF presente a sus candidatos como miembros de la France Insoumise, mientras que el PCF busca una fórmula que pueda integrar las dos entidades. El PCF ha enfrentado las presidenciales con divisiones internas sobre como encarar las presidenciales (la mitad de la militancia prefería apoyar a un candidato comunista o más cercano que el imprevisible Mélenchon) y una mala gestión de las negociaciones podría dividir más al que todavía es el partido con más incidencia de la izquierda francesa.

El dilema para las legislativas es o pacto de izquierdas o vía libre a Macron con una Asamblea Nacional azul-parda. El PCF y la France Insoumise no pueden darse el lujo de no estar a la altura del momento.