Guns of Brixton

12.08.2011

Hay tres tipos de capitalistas (o de personas pro-capitalismo): los que intentan que el sistema no genere contradicciones (capitalista con corazón o con remordimientos), los que no lo intentan pero lo simulan (capitalista clásico o cerdo-capitalista) y los que se lo creen (trabajador común entre crisis). Crean lo que crean e intenten lo que intenten, la contradicción en el sistema viene de fábrica, y mientras haya contradicción habrá conflicto.

Las reciente explosión de violencia en Inglaterra no es más que una repetición de la secuencia que se acentua en tiempos de crisis. Lo sorprendente es la ceguera o el cinismo de aquellos que, siendo verdugos, se hacen pasar por víctimas acusando a esos jóvenes ingleses de criminales descerebrados. Y es que hay que tapar las vergüenzas, la pobreza y la desesperación de los que se han quedado fuera del sistema. De nuevo ninguno de estos personajes plantea si la solución no será mejorar las condiciones de vida de los habitantes de esos barrios.

Para contextualizar este tipo de conflictos es interesante este texto de Manuel Delgado, de nuevo del libro "La ciudad mentirosa":

Esa tendencia de los polígonos de viviendas a resultar escenarios de conflictos se ha mantenido en toda Europa, como lo demuestra el hecho de que vengan conociendo periódicamente estallidos de aquello que hemos visto que los medios de comunicación tildan de "violencias urbanas". Se trata de auténticas revueltas protagonizadas por sectores insumisos de la población, sobre todo por jóvenes hijos de la antigua clase obrera -lo que es lo mismo en casi todos sitios que decir de la inmigración o las repatriaciones poscoloniales-, que se rebelan contra la postración a que se les ha abocado. En estos casos, la liquidación del sindicalismo de clase tradicional y su desplazamiento de la fábrica al barrio se ha visto sustituida por una creciente miserabilización de determinados polígonos de viviendas, cuya población se ha visto victimizada por el paro y la precariedad laboral o por el desguace de las políticas sociales de lo que un día fuera o quisiera haber sido el Estado del bienestar, y ello en todas sus variantes: escolarización, atención sanitaria, servicios sociales y, sobre todo, crisis absoluta del alojamiento social. El tono despiadado que ha tomado la desindustralización y la revisión liberal del Estado-providencia se ha traducido en un fuerte aumento del malestar, sobre todo entre una masa de jóvenes a los que se les ha escamoteado literalmente el futuro y que han aprovechado la mínima oportunidad para expresar radicalmente su frustación.

Es ése momento en que la agitación en determinadas grandes concentraciones de viviendas abandona sus argumentaciones político-sindicales para desplazarse a un campo difuso de apariencia anómica, que recuerda las revueltas "sin ideas" en la Europa preindustrial o los levantamientos que protagonizan sectores del subproletariado urbano a lo largo del siglo XIX. Se trata ahora de estallidos de odio contra las instituciones y su policia, motines que -como consecuencia de la creciente etnificación de la miseria y la marginación urbanas- han podido tomar eventualmente el aspecto de "raciales", "étnicos" o -en un último periodo y por la imagen oficial, mediática y popularmente propiciada acerca del Islam- incluso religiosos. Los medios de comunicación pueden entonces mostrar a una nebulosa turba de jóvenes airados, previamente mostrados una y otra vez como asociados a la delincuencia, la drogadicción o al fundamentalismo islamista, abandonarse al pillaje de establecimientos, al incendio masivo de automóviles y a los enfrentamientos con la policia.

Los ejemplos son numerosos desde finales de la década de los setenta hasta ahora mismo: en los barrios londinenses de Tottenham o Brixton, en octubre de 1985; en Bristol, en octubre de 1992; en el 2001, en Liverpool, en mayo; en Stoke-on-Trent, en julio, y en Oldham -cerca de Manchester-, Brixton de nuevo y Leeds, en octubre; en los barrios de Forest y Saint Gilles, en Bruselas, en mayo de 1991, y en el barrio del General Eisenhower, en Amberes, en octubre de 2002. En Francia, esa conflictivización violenta ha devenido crónica y son cíclicos los motines urbanos, algunos de gran virulencia, en una tradición que arrancaría acaso en el motín de Vaulx-en-Velin, un suburbio de Lyon, en 1979, y que iría repitiendo casi de manera regular sus manifestaciones: en el barrio de Les Minguettes, en Vénissieux, cerca de la misma ciudad, en el verano de 1981, y después en 1985; en Reims, en noviembre de 1982: en 1990, en Vaulx; en 1991, en Le Val Fourré, en París; en 1993 y 1997 en Dammarie-lès-Lys, también en París; en Dammarie, en 1997; en Tolousse, en diciembre de 1998, y más tarde en diciembre de 1999, para alcanzar su máxima expresión en la extraordinaria oleada de descontento que conocieron los llamados "barrios difíciles" de casi todas las ciudades francesas -París, Burdeos, Estrasburgo, Lyon, Rennes, Amiens, Rouen, Niza, Dijon, Perpiñán, Orleans...- a lo largo de varias jornadas en el otoño de 2005 y que sólo se pudo atajar con la declaración del estado de emergencia en todo el país y el toque de queda en diversos barrios.

Como se recordará, todo arrancó con la muerte de dos adolescentes seguidos por la policía en Clichy.sous-Bois, en Seine-Saint Denis, cerca de París. A partir del 8 de noviembre, los disturbios prendieron por los barrios periféricos de diferentes ciudades francesas a lo largo de varias semanas y conllevaron centenares de heridos y detenidos, la destrucción de todo tipo de instalaciones públicas, comercios y edificios religiosos, la quema de miles de coches... De hecho, se repetía la misma lógica que ya habían conocido todas las otras explosiones de ira popular en ciudades europeas, cuyo origen fueron casi siempre brutalidades y arbitrariedades policiales, desencadenante que es común también a los disturbios raciales en Estados Unidos, como se vio en Miami en 1980 y 1989, o en Cincinnati, en abril de 2004. El caso más parecido ocurrido en España correspondería al de los enfrentamientos entre vecinos y policías en el barrio sevillano de Los Pajaritos, en agosto de 2002, como consecuencia de la muerte de un joven delincuente por la Policia Nacional.

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Actualización (13/08/11): os dejo aquí otro excelente texto de Miquel Amorós, sobre las revueltas de 2005 en Francia, perfectamente aplicable a las de Inglaterra: La cólera del suburbio.

Actualización (13/08/11): aquí va un mapa que superpone las revueltas en Londres con el nivel de pobreza de los barrios: Mapping the riots with poverty